Cómo se adquiere un miedo

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Casi todos los miedos que tenemos los adquirimos por transmisión social, no por una experiencia propia directa con una experiencia u objeto. Es la llamada adquisición social vicaria. Un niño tiene tiene miedo a ser atacado por un perro, no sólo porque en alguna ocasión haya sido atacado por él, sino porque ha observado otros ataques a otras personas o, lo más seguro, haya observado el miedo en otras  personas a los perros.
El modo más básico de aprendizaje emocional es la respuesta emocional condicionada, que es desencadenada por un estímulo neutro que se ha emparejado a un estímulo que sí provoca una reacción emocional, por ejemplo, estamos colocando una bombilla en una lámpara (estímulo neutro) y por una deficiente manipulación nos da un calambre (estímulo incondicionado), después de esta experiencia negativa, aprendemos que colocar una bombilla nos puede producir daño, y le tenemos miedo.
En el cerebro la encargada de controlar la integración de los componentes del miedo ( respuestas emocionales, respuestas neurovegetativas y hormonales) es la AMIGDALA, y en general de aquellas conductas biológicamente importantes, como la búsqueda de comida, pareja, y en general, ante estímulos emocionalmente importantes. Estudios con personas que tenían una lesión en una parte de la amígdala han descubierto que  estas personas antes una emoción desagradable no desarrollan  respuestas de miedo o aversión.
Otra de las formas de adquirir un miedo condicionado es mediante instrucciones, se han hecho estudios en los que los investigadores daban instrucciones a los participantes, tales como «en esa pantalla va a aparecer un contador hacia atrás y cuando llegue a cero recibirá una descarga eléctrica», los sujetos experimentaban miedo y aprendían a tenerlo cuando se acercaba el final de la cuenta atrás.
Las experiencias que tenemos en las que hay una intensa respuesta emocional se recuerdan mejor que las que no, y si es positiva, se recuerda más que las negativas.
En otros estudios de neuroimagen se observó que la presentación de palabras con significado amenazante, como violación o mutilar incrementaban la actividad de la amígdala.
Se dió el caso de un paciente que había sufrido una lesión en la corteza auditiva de asociación, no podía diferenciar los rasgos melódicos y rítmicos de la música, pero, al tener intacta la amígdala, sí podía reconocer el estado de ánimo al que le conducía uno u otro tipo de música, bien fuera alegre, triste, tranquila o atemorizante. Gosselyn y colaboradores, 2005, encontraron pacientes con una lesión en la amígdala que tenían los síntomas opuestos: no tenían problemas en la audición de una pieza de música, pero no podían reconocer la música triste o alegre.

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