La adolescencia, ¿es una etapa tan conflictiva y traumática?

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«La juventud de ahora ama el lujo, tiene pésimos modales y desdeña la autoridad. Muestran poco respeto por sus superiores y prefieren insulsas conversaciones al ejercicio. Son ahora los tiranos y no los siervos de sus hogares. Ya no se levantan cuando alguien entra en casa. No respetan a sus padres. Conversan entre sí cuando están en compañía de sus mayores. Devoran la comida y tiranizan a sus maestros». Este texto se le atribuye a Sócrates, siglo IV a. de C. pero al leerlo parece como si hubiera sido escrito en el siglo XXI, a esta idea de etapa tormentosa, conflictiva o traumática ha contribuido sin duda la literatura, el cine o la televisión.
La adolescencia es la etapa de la vida entre la infancia y la adultez, que implica cambios físicos, sociales y psíquicos, que transcurrre desde que comienza la pubertad a los 13 años y acaba a los 17 ó 18 años, cuando se adoptan los roles adultos.
Con la pubertad, fenómeno biológico influenciada también por aspectos psicosociales, las hormonas sexuales van a provocar cambios en los cuerpos de l@s chic@s hasta alcanzar la madurez sexual, se produce el estirón, el desarrollo de los órganos sexuales, el crecimiento de vello púbico, de los pechos en las chicas, y aparece la menstruación (menarquía). Estos cambios físicos van a hacer que los adultos traten como adultos a estos adolescentes. La maduración temprana, sin embargo, puede provocar dificultades en las chicas, y al contrario en los chicos, una maduración temprana puede ser ventajoso para ellos ya que los cambios les van a hacer más atractivos y populares.
Lejos queda la explicación que daba el psicoanálisis de Sigmund Freud, que consideraba a la adolescencia como una etapa secundaria en el desarrollo de la personalidad  en la que la resolución del complejo de Edipo o de Electra determinará la personalidad  y el ajuste del individuo. Hoy en día, frente a la concepción de la adolescencia como una etapa de tormenta y drama, se piensa que es una etapa transitoria sin mayores problemas de desajuste. Muchos adolescentes están preocupados por su identidad o imagen, pero raras veces esto deriva en una auténtica crisis y los padres no llegan a enterarse de eso.
Dos elementos nuevos que se desarrollan en las capacidades cognitivas son el autoconcepto, que es la representación que el adolescente construye de sí mismo tras evaluar su competencia y en la que la representación del Yo puede sufrir inconsistencias actuando de distinta forma según la situación, como por ejemplo, arisco con los padres pero muy amistoso con los amigos. Se pueden producir dos fenómenos: la audiencia imaginaria, con la que el adolescente cree que todo el mundo está centrado y preocupado por lo que él piensa o hace, y  la fábula personal  que es la creencia de que las preocupaciones o lo que le ocurre son únicas y sólo le pasan a él. Otro elemento es la autoestima, que es la valoración global de todos los atributos contenidos en el autoconcepto, pero más específicamente de aquellos dominios que son relevantes para el adolescente.
Arnett denominaba adultez emergente a la edad de los veintitantos, que sería una prolongación de la adolescencia caracterizada por un retraso en el compromiso con las responsabilidades de los adultos, inestabilidad y centrarse en sí mismo. Pero tal vez esta nueva etapa de la adolescencia sea consecuencias de las circunstancias sociales del momento.
En cuanto a las discusiones con los padres, las principales son las relacionadas con la forma de vestir, las tareas del hogar y cómo o en qué se gastan el dinero, mientras que aspectos más transcendentales como el futuro profesional, la política o la religión son objeto de menos disputas. Esto, aunque parezca contradictorio se debe a que los adolescentes consideran que las primeras cuestiones pertenecen a su esfera privada y sus padres no deben meterse en ellas, mientras que estos últimos piensan que todavía pueden opinar sobre ellas. Algo muy importante en este tema es que los conflictos padres-hijos está relacionado con el ajuste de los adolescentes: los que han mantenido frecuentes y fuertes discusiones con sus padres pueden tener problemas psicológicos, pero también puede pasar con aquellos que nunca han discutido, teniendo peor ajuste que los que sí han tenido conflictos moderados. Esto se explica porque cuando hay conflictos y se resuelven de manera conjunta el ajuste es mejor.
De todas formas, las familias conflictivas ya lo eran en la infancia y, según Steinberg (2001), sólo un 5% de las familias con buen ajuste en la infancia tienen conflictos en la adolescencia, y en general menos del 10% de las familias pasan por problemas, por lo que si no queremos adolescentes conflictivos hay que empezar a preocuparse por ellos desde que son pequeñitos.

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